El asesinato de Marina

Una gran ciudad llena de gente es el mejor sitio para desaparecer. Para llevar una vida tranquila, donde poder camuflarte entre la multitud, y nadie te pregunte por tu pasado ni se cuestione tu futuro.
Donde nadie conozca ni la mitad de la historia ni la completa. La que llevas cargando a tus espaldas desde aquella noche en el río.
Leer másCapítulo 1: El origen
Intentarán convencerte de que todo se puede arreglar, de que hay una solución, de que siempre puedes perdonar o ser perdonado. Hay veces que simplemente no es posible. Cuando lo mejor que puedes hacer es comprar un billete de sólo ida a una ciudad grande, donde a nadie le importa de dónde vienes ni a dónde vas, suele ser el momento donde es demasiado tarde para arrepentirse, para intentar arreglar tu vida.
“Buenas tardes, ¿sería tan amable de enseñarme su billete?” - preguntó el revisor, que había ido deslizándose por el pasillo entre los distintos compartimentos hasta llegar al mío.
Cuando los rumores sobre ti se hacen una bola grande que rueda y te persigue por las calles, empujada por las miradas de la gente. Cuando no hay escapatoria, y no te queda otra que encerrarte en tu habitación.
“Sí, claro. Tome.” - dije mientras le entregaba el billete. Lo marcó y se fue, sin decir nada más. No parecía muy simpático, desde luego, aunque los he visto peores.
Aunque simplemente no sea verdad, o que la gente sólo conozca la mitad de la historia. La mitad de la verdad. La mitad de la verdad sobre la muerte de Marina.
Después de que el revisor se fuera, me quedé sólo en el compartimento. Acosté mi cabeza contra el asiento, y el traqueteo del tren fue lo último que escuché antes de quedarme dormido.
Soñé que estaba en un edificio, un rascacielos. Eran unas oficinas de trabajo, muchas cabinas con gente trabajando. Una voz de megafonía sonaba, decía algo importante, pero no se acababa de entender. Caminé un rato por el lugar, aunque nadie parecía reparar en mi presencia. Todos estaban demasiado ocupados en lo que estaban haciendo.
Llegué a los ventanales, eran de un cristal oscuro, tintado por fuera. Al fondo se veía el horizonte cubierto de agua. Parecía que el edificio estuviera en mitad del mar, y cuando miré abajo vi la silueta de un barco de carga, el rascacielos estaba siendo transportado a una isla. El lugar de repente empezó a vibrar, y la gente se puso nerviosa. Todavía mirando por la ventana, sentía las pisadas y el nerviosismo de los trabajadores, que recogían papeles y rápidamente caminaban por los pasillos.
Entonces lo noté yo mismo. El edificio se estaba inclinando hacia un lado, por eso la gente estaba tan nerviosa.
Entonces me giré y la vi. Era ella, Marina. Aunque no la distinguí por su rostro, no lo veía, estaba borroso. Llevaba el mismo vestido de aquella noche, blanco, con flores del mismo color.
El estruendo del rascacielos chocando con el mar y las ventanas rompiéndose se...